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LA SOLUCIÓN NO ES TÉCNICA, ES SOCIAL. NOTAS EN RESPUESTA A A.OTEGI.

  • EH Bizirik
  • 8 may
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: hace 17 horas

En las últimas semanas se han sucedido una serie de acontecimientos que han llevado al espacio  mediático la controversia acerca de las energías renovables. En Euskal Herria, primero tuvimos el  caso mediático del ataque sufrido por Aritz Otxandiano, atribuido por él mismo a su postura en  defensa de las energías renovables; pocos días después, el gran apagón, y la aparición en los medios  de análisis —expertos y no— que lo vinculan con el despliegue de renovables en la península;  finalmente, las declaraciones del líder de Bildu, que comenta estos acontecimientos en la  perspectiva de reiterar su postura en favor de la industria macrorrenovable e interpelar a sus  detractores. Como plataforma ciudadana en defensa del territorio de Euskal Herria nos  consideramos aludidas por sus palabras.


Como crítica de fondo, el líder de Bildu señala que quienes se oponen al despliegue de las energías  renovables no plantean alternativas. Dice que en su momento la oposición a la energía nuclear  reivindicaba la alternativa de las energías renovables, y que si ahora estas se rechazan, sin tener otra  perspectiva, se abren dos escenarios igualmente indeseables: que vuelva a tomar presencia la  energía nuclear o que las cosas sigan como están. Para empezar a abordar la cuestión de las  alternativas, lo primero es desmontar el dogma binario que está detrás de este análisis. Si las  renovables eran la alternativa que planteaba el movimiento antinuclear en su momento, hoy  sabemos que la alternativa no puede ser otra “tecnología” que sustituya a la nuclear o al petróleo,  pues no la hay. Pero como dice Antonio Aretxabala, “la solución no es técnica, es social”. La  solución puede incluir seguramente la tecnología eólica y fotovoltaica, pero lo que está en discusión  no es el tipo de tecnología, sino el modelo energético y social que está en la base.


Las energías renovables son cualitativamente distintas de las convencionales, por intensidad,  fluctuación, almacenamiento, transporte y otros muchos elementos. Por eso, personas expertas en la  materia han señalado que su inmisión masiva en la red eléctrica, sin la manutención adecuada,  puede estar relacionada con los apagones. Pero el problema no es la tecnología solar o fotovoltaica,  el problema es la escala macro, la centralización territorial y financiera, la dinámica mercantil y  especulativa que mueve la energía. Aquí hay una primera respuesta acerca de las posibles  alternativas: no sirve cambiar la tecnología, lo que hay que cambiar es el sistema. Algunos dirán que  no es realista, pero estamos hablando de que tenemos que hacer una transición, ¿no?, y eso significa  un “cambio”. No hay ninguna transición si lo único que pretendemos cambiar es la tecnología a  través de la cual generar electricidad: destrozaremos los espacios naturales que quedan para luego  darnos cuenta de que seguimos en lo mismo, pero peor.


La necesidad de una transición energética se enmarca nada menos que en una crisis civilizatoria  creada por el capital, así que no hay caminos trazados ni recetas, pero sí hay que ser valientes en el  análisis y en las propuestas y, ciertamente, como dice Otegi, hace falta un “debate sosegado” sobre  “hacia dónde queremos transitar”, hacia qué tipo de sociedad. Como poco, es curioso que ahora  hablen de debate sosegado cuando hasta ahora se han dedicado a meter prisa al proceso evitando  justamente un “debate sosegado”.


Para definir los puntos de este debate, Otegi plantea algunas preguntas. Primero: ¿queremos ser un  país industrial? En la perspectiva de una verdadera transición energética y ecológica, posiblemente  haya que matizar la respuesta afirmativa y rotunda que ofrece el líder de Bildu. Nosotras  preguntamos: ¿industria para qué? ¿Necesitamos energía para la industria de la guerra? ¿O para  industrias tan vascas como CAF que colaboran y se benefician de regímenes genocidas? Nuestra  respuesta es claramente no. Pero es más, ¿Necesitamos energía para la industria de los bienes de  lujo? ¿O para la industria de los envases plásticos y de miles de objetos de usar y tirar?


Entre los límites biofísicos del planeta que más preocupan a quienes estudian la crisis ecológica,  está la “incorporación de nuevas entidades”, es decir, sustancias, objetos, residuos, incluso  organismos de producción humana, que tienen un grave impacto sobre la conservación de la  biosfera. La masa de estas “nuevas entidades” ha superado el conjunto de la biomasa del planeta, es  decir, que nos estamos hundiendo en nuestros propios residuos y trastos. Ante esta emergencia, ser  realista significa que tenemos que elegir qué industrias vale la pena alimentar y cuáles son  indeseables, planteando a la vez mecanismos de disputa para que el precio de esta selección no  recaiga sobre las personas trabajadoras, sino sobre el capital acumulado por estas actividades  industriales. Lo realmente urgente es que se decida mediante un “debate sosegado” qué y cuánto  necesitamos y podemos consumir, y que acorde a esto se organice la producción. No viceversa  como pasa actualmente.


La segunda pregunta que plantea Otegi es si queremos ir hacia un país con soberanía energética,  esto es, capaz de producir la energía que necesita. Aquí también es necesario matizar la respuesta  que ofrece el líder de Bildu. Si queremos transitar hacia una sociedad ecológicamente sostenible, la  soberanía energética no puede plantearse en términos del actual concepto de “Estado”. Los Estados  homogenizan los territorios al servicio del mercado, y en este marco la “soberanía” de unos se basa  inevitablemente en el saqueo de otros. Frente a este modelo, planteamos una soberanía basada en el  respeto mutuo hacia las peculiaridades de cada pueblo y que ello mismo implique la creación de  relaciones de igualdad para con las personas más desfavorecidas por el sistema dominante. La  puesta en práctica de esta reivindicación es la palanca que podría asegurar la soberanía necesaria, no  exclusivamente energética, que atienda universalmente a las particularidades de cada persona, según  sus grados de necesidad, sin romper la relación que existe entre el territorio y la vida.


Un bien tan esencial como la energía no puede ser instrumento de dominación y especulación por  parte de corporaciones privadas. En eso estamos de acuerdo con las palabras de Otegi, si bien nada  tienen que ver con su práctica partidista. Pero tampoco creemos que la gestión de la energía deba  ser ámbito exclusivo de una autoridad pública centralizada. La soberanía debe construirse  reforzando el rol de la comunidad local con la implementación de sistemas efectivos de  participación y democracia directa. En algunos casos se trata de redescubrir, fortalecer o actualizar  los sistemas tradicionales de gestión del territorio que aún sobreviven en los medios rurales, es decir,  la figura del comunal.


A la vez, la soberanía debe construirse en solidaridad con los demás pueblos, superando la dinámica  de explotación norte-sur que caracteriza el actual sistema energético. Otegi denuncia estas  desigualdades, pero olvida que la industria macrorrenovable no solo no las reduce, sino que ahonda  en ellas, empezado por la extracción de los recursos que necesita y por el destino de los residuos  que produce. Nosotras planteamos una soberanía en términos internacionalistas. En contra del  actual modelo basado en la competencia capitalista, lo que planteamos es que respetando las  peculiaridades de cada territorio seamos capaces de crear relaciones de igualdad entre todos los  pueblos del mundo.


No hay una receta ni un plan definitivo para salir de la crisis energética, ecológica y social en la que  nos encontramos. La industria macrorrenovable no es una alternativa, es intentar seguir en la misma  senda, adaptando las tecnologías eólica y solar a un sistema intensivo, centralizado e insostenible.  Las reflexiones que acabamos de exponer indican caminos posibles. No son reflexiones que nos  hayamos inventado, sino el aprendizaje de estos años de lucha, a la que se han unido personas  expertas y académicas en ingeniería, física, geología, sociología, ciencias políticas, etc. Estas  personas competentes, que seguramente Otegi conoce y ha escuchado o leído, pueden contribuir de  manera fundamental al proceso de imaginar y experimentar alternativas reales a la crisis ecológica y  energética, y ya lo están haciendo de hecho.


Hay muchas soluciones posibles, pero hay que construirlas, y antes que nada imaginarlas. Frente a  la retórica que pretende imponer la disyuntiva “macrorrenovables o barbarie” como si ofreciera una  superación verdadera del modelo actual, nosotras respondemos que la única alternativa posible es  indisociable de la supervivencia del territorio. Al fin y al cabo, va íntimamente unido al  mantenimiento de nuestra vida.


2025/05/08
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